Mensaje del director del JRS LAC con ocasión de los 40 años de fundación de la obra
14 noviembre 2020|Oscar Calderón, Director Regional JRS LAC
EDITORIAL
Conmemorar 40 años de la fundación del Servicio Jesuita a Refugiados es una ocasión para agradecer con el corazón tanto bien recibido y ofrecido.
Agradecer a Dios y a la vida por la inspiración que regaló al Padre Pedro Arrupe SJ, quien obedeció a una moción del espíritu, que lo animaba a ir más allá de la respuesta material en el trabajo de mitigar el sufrimiento de los refugiados y desplazados forzosos
En la carta de la navidad de 1980, el Padre Arrupe, identificó que la impronta propia de nuestro modo de proceder, debería ser el servicio humano, educativo y espiritual. La columna vertebral de nuestra misión es el acompañamiento, que consiste en caminar juntos para redescubrir la dignidad humana herida en los avatares de la violencia, la discriminación y exclusión que obligar a huir, y que nos compromete a redoblar los esfuerzos para curarla y avanzar en el restablecimiento de la vida, de la vida con dignidad y justicia.
La tradición del acompañamiento ignaciano que hemos recibido, y que encarnamos en nuestro modo de proceder en el trabajo con los refugiados y desplazados es un tesoro que llevamos en vasijas de barro, tesoro que tenemos que proteger, pues sin esta mística propia de nuestra acción, perdemos el horizonte del ministerio que hemos recibido, y corremos el grave de riesgo de convertirnos en estériles operadores de proyectos y de ayudas que pierden la dimensión del proceso que representa la tarea dialógica del acompañante y el acompañado.
En el afán de la urgencia de respuesta y la cotidianidad de los proyectos, corremos el riesgo de convertirnos en meros operarios, dejando de lado la valiosa oportunidad de hacer camino con quienes acompañamos desde la amistad, la escucha y la cercanía, que genera el trabajar juntos por hacer posible la vida querida y anhelada a la que aspiramos.
Acompañar a los equipos locales resulta una prioridad. En esta tarea continuamos empeñados, desde el convencimiento que solo será posible con el compromiso de todos y todas, manifiesto en el fortalecimiento de la articulación, a partir de las fortalezas individuales que enriquecen la obra. Con frecuencia, es en el nivel local donde se vive más de cerca el desgaste y rigurosidad de la realidad que golpea la esperanza, pero es también donde acontece la sonrisa y la alegría de las personas que acompañamos.
En esta línea, uno de nuestros grandes desafíos es hacer camino con las compañeras y compañeros que se encuentran en la primera línea de respuesta a las emergencias y el contacto directo con los refugiados, migrantes y desplazados forzosos, propendiendo por compartir y fortalecer la aplicación de herramientas del discernimiento y la espiritualidad ignaciana para la gestión, siempre respetuosos del diálogo intercultural e interreligioso, y el necesario diálogo con el mundo humanitario donde desarrollamos la misión.
Con frecuencia, sin ser el punto de entrada, las personas que acompañamos terminan por preguntarnos por el sentido de la “J” en nuestra sigla, y es allí donde la apertura a lo trascendente y a la experiencia de la misión de reconciliación y justicia como expresión de la fe cobran un sentido importante y profundo.
En la experiencia del SERVIR, mantenemos la alegría que genera la esperanza en medio de la difícil realidad de los desplazados y refugiados que acompañamos. Es la alegría que se acuna en el testimonio de las personas obligadas a huir, en su resiliencia y compromiso por ser protagonistas de su propio futuro.
El Padre Arrupe, no tuvo reparo en identificar que el hambre es hija de la injusticia; sin obviar nuestra tarea humanitaria, no dejamos de preguntarnos por las causas de la injusticia, del desplazamiento, la inobservancia de sus derechos y la desprotección de los refugiados. Este es el llamamiento a mantener siempre activa la tarea de la DEFENSA, de plantearnos los esfuerzos necesarios en conjunto con otros, para no desatender la reflexión y la acción tendientes a buscar mejoras estructurales en las condiciones de protección de derechos de las personas que acompañamos.
Abrámonos con un corazón agradecido, por el testimonio del P. Arrupe, por tantos jesuitas, religiosas y laicos que han encarnado en estos cuarenta años la misión del Servicio Jesuita a Refugiados, a quienes actualmente desarrollamos nuestro proyecto de vida personal y profesional en el JRS, a los donantes y oferentes que confían en nuestra misión, a los refugiados y migrantes que tanto nos enseñan en la tarea de construir un futuro mejor.
Abrámonos con un corazón confiado, lleno de osadía y creatividad suficientes para no fenecer en nuestro esfuerzo y sueño de construir un mundo mejor.